REBECA WEIS
PARA LOLA
AMANTE DE LA NATURALEZA
Y CURIOSA EXPLORADORA
EL REGRESO
Esta historia tiene un final feliz
porque después de dar tantas vueltas
mi papá y mi mamá decidieron regresar
al Valle Encantado
y allá vamos
con mis mimosos gatos
que se siguen escondiendo en los cardones.
Juegan libres y duermen plácidos a mi lado.
Y todo lo que vale para ellos vale para mí, y si vale para mí vale para el prójimo. ¿O no?
Don Cardongato alistó su valija
con su ponchito rojizo
y guardó los chulos para sus hijos.
Mamá Cardongata se puso
su bombín de fieltro
su pollera colorida
y su mantilla.
Los cuatros cardongatitos
no entendían nada.

Ellos habían nacido en un balcón
de un cuarto piso
de un edificio
de una ciudad grande regrande
llena de techos
cornisas, bocinas,
muros, transeúntes,
piedras, frenadas, olor a nafta,
ladrillos, sirenas, vapores,
chimeneas, vendedores ambulantes
y antenas, asfalto, basura, prisas y más prisas.
La ciudad era muy ruidosa,
el cielo estaba casi siempre nublado,
no se veían las estrellas
y había mucha gente por todos lados.
Papá comprendió que era mejor volver a trabajar de guardaparque
y mamá celebró volver a guiar turistas en bicicleta
por el Parque Nacional de los Cardones.
Los abuelos nos esperaban en la antigua casa blanca
de la esquina
en la mágica Cachi.
Calle angosta de piedra y cielo azul.
¡Allá vamos!
Y mientras volvemos
uno dos y tres
contamos la historia al revés.
LA VIDA EN LA CIUDAD
A Manuela nadie le había preguntado
si quería dejar la casita blanca de Cachi.
De buenas a primeras, así decía su abuela,
y quería decir inesperadamente, se mudaban a la ciudad.
¿Y sus cactus?
¿Y sus gatos?
¿Y sus juguetes?

Una noche no durmió
mirando las estrellas de su pueblo
y pensando qué haría con todo eso.
Su papá había dicho que sólo había lugar para:
*No más de diez cactus. Manuela los coleccionaba.
*No más de diez juguetes. Los elegiría con sumo cuidado.
*No gatos.
¿Qué? ¿No gatos?
Le explicó que los gatos eran de las casas
que se “estresarían” mucho en un viaje tan largo
que serían más felices con los abuelos.
Pero Manuela y sus gatos no pensaban lo mismo.
Entonces imaginaron un plan.
Cardongata y Cardongato
se esconderían dentro de sus cactus
para no ser vistos y poder viajar.
Serían “polizontes”
o
“pasajeros clandestinos”
o
“colados”.
Y así fue.
Llegaron al departamento
y los cactus, con gatos incluidos,
fueron derechito al balcón.
¡Qué vértigo! – dijo Manuela.
Vértigo diría su abuela, en lugar de mareo.
Los Cardongatos podían salir de noche.
Veían las siluetas de los edificios al atardecer.
Paseaban a la luz de los reflectores y los carteles luminosos,
descendían por los tejados y las cúpulas de toda la manzana.
Era una fiesta.
Sin embargo extrañaban a sus viejos amigos.
Unos días después de la llegada
los padres de Manuela descubrieron
a los inquilinos del balcón.
-Manuela, ¿por qué están tus gatos escondidos en los cactus? – preguntó papá
-Porque no me dejaban traerlos y pensé…
-Mentiste, ¿no te da vergüenza habernos engañado? – dijo mamá
-No me da vergüenza porque no quise mentir, sólo traer a mis gatos.
Manuela bajó la mirada, sintió un calor en su rostro, se empequeñeció y quiso desaparecer.
Y también se dieron cuenta de que Cardongata
sería mamá Cardongata.
La familia crecía.
Y una noche de luna llena nacieron.
La primera en nacer fue Cardongatita,
luego nació Cardongatote que tardó más
porque era más gordito.
Después de veinte minutos nació otro bello gatito
a quien el papá de Manuela bautizó Cholo
y finalmente llegó Cardongato asustado
que lloraba mucho.
Ya no era un secreto la gran familia gatuna.
El papá de Manuela quedó turulato,
patitieso,
aturdido.
En cambio, la mamá de Manuela parecía embelesada,
admirada
y boquiabierta.
Los cardongatitos fueron creciendo
un tanto ajustados en el balcón
aunque pronto aprendieron a bañarse,
a jugar,
a ronronear, que es como decir secretos,
y a recibir el afecto de Manuela.

Cardongatita era muy coqueta,
Cardongatote algo torpe
Cardongato asustado siempre andaba
detrás de su mamá y de sus hermanos.
y el Cholo era pícaro y revoltoso
“como mi tío Cholo” dijo el papá de Manuela.
Pero todavía falta lo mejor de esta historia.
y mientras me limpio los zapatos
te cuento lo que hicieron los gatos.
EL GRAN SUSTO DE LOS CARDONGATOS
Los cachorros crecían felices.
Durante el día jugaban por toda la casa
y de noche buscaban sus cactus para dormir.
Aquella mañana de julio
Cholo se asomó a la puerta del departamento,
abierta para atender al pintor que venía a retirar
sus baldes, brochas y escalera.
y fue a dar al ascensor
y a la plata baja
y a la calle
y a la boca del subte A. ¡SE PERDIÓ!
Cardongatita se entretuvo jugando
con los cosméticos de mamá
y quedó encerrada en el placard. ¡QUÉ LÍO!
Cardongato asustado se escondió
dentro de mi mochila,
la que metí dentro del lavarropas
esa misma mañana. ¡QUÉ DESPISTADO!
Y Cardongatote se metió a dormir
dentro del balde de Ramiro, el pintor, y se fue con él. ¡QUÉ OLVIDO!
De pronto cuatro gatos habían desaparecido. ¡HORROR!
Papá y mamá se habían alterado.
¿A quién buscar primero?
Papá Cardongato y mamá Cardongata recorrieron
los techos
la calle
la manzana
el barrio
desde arriba,
papá mamá y yo
desde abajo
Comenzó a anochecer, hacía frío.
Los cinco nos sentamos a pensar.
¿Qué hacemos ahora?
De pronto…
mi mochila comenzó a moverse dentro de la lavadora
la puerta del placard crujió
tocaron el timbre de la calle
y sonó el teléfono.

Todo al mismo tiempo.
Rescatamos a Cardongato asustado de la mochila,
Cardongatita salió muy coqueta de entre la ropa de mamá.
Una buena vecina devolvió a Cholo
al que había encontrado llorando en el umbral de su puerta.
Y Ramiro, el pintor, nos tranquilizó diciendo que
Cardongatote estaba seguro en su casa.
– ¡Qué día! – dijo mamá
– ¡Qué noche! – dijo papá
Cuando vi abrumado a mi papá sentí vergüenza ajena.
Al día siguiente Ramiro trajo a Cardongatote.
Yo les pedí a mis gatos que se disculparan por hacer tantas travesuras.
Por primera vez mis gatos sintieron vergüenza ante alguien,
ante mi papá y mi mamá. Pidieron disculpas.
Por primera vez descubrieron que cuando se vive en familia
no se puede vivir para sí.
DESCUBRIERON AL PRÓJIMO
DESCUBRIERON AL OTRO
DESCUBRIERON EL NOSOTROS
EL VALLE ENCANTADO
El tramo es zigzagueante y empinado.
El ascenso es lento.
Desde el mirador podemos ver la cuesta.
Barrancos y precipicios.
Desde la cima mis cardongatos y yo observamos las nubes
y a los cóndores que sobrevuelan el espacio.
Qué silencio habita entre los cerros multicolores.
Parece que un escultor los talló, pero fue la lluvia y el viento.
Rojizas formaciones rocosas se esfuman.
Una vez en el parque, los cardones longevos nos vigilan y protegen
las huellas de dinosaurios y las pinturas rupestres.
Como el gato del pajonal o los zorros colorados y grises
mis cardongatos se enredan entre las jarillas y sus flores amarillas.
Los guanacos y los armadillos nos miran desde lejos.
Cuentan las leyendas que los cardones son indios,
habitantes de los pueblos originarios que fueron transformados en plantas.
Eran guerreros valientes que esperaban a los conquistadores
para vencerlos y esperaron tanto que la Pachamama se apiadó de ellos,
los adormeció y los unió a la tierra.
Otros dicen que fueron cóndores transformados en cardones
y hasta hay una leyenda de amor entre dos enamorados.
Con mis cardongatos elegimos todas.
Mis gatos se duermen dentro de los cardones
porque la Madre Tierra los protege.
La ciudad es un recuerdo lejano y divertido.
Aquí, en el Valle Encantado
NOSOTROS estamos felices.
No hay hadas ni duendes ni seres mágicos.
Lo mágico es la NATURALEZA.
Está por llegar el otoño, sopla el viento árido.
Desde mi ventana observo a mis cardongatos.
Ahora descansan entre las macetas.
Hago mis deberes mientras la abuela me sirve la merienda,
Así dice ella, pero es mi leche con pan y miel.
Me abraza como un cardón
y en el aire flota
un perfume a romero y menta.
Buenos Aires, abril 2020