MI HERMANO GASPAR Y YO

Manuela

REBECA WEIS

CALUROSO ENERO

Gaspar amaba las sandías. Por la calle estrecha pasaba don Ramón el vendedor de frutas y verduras. Aquel verano a mamá  se le dio por comprar sandías una vez a la semana. “No la coman caliente” recomendaba don Ramón. A la hora de la siesta cuando solo se escuchaba el silencio y mamá dormía, Gaspar y yo comíamos sandía fresquita en el zaguán. “¡Gaspar! ¿Cómo es el sabor de la sandía?”. El sabor de la sandía no estaba en la sandía ni en la lengua de Gaspar. Estaba en esas tardes de verano y en la chorradera de jugo, en las negras semillas escupidas al aire y en las risas y carcajadas de Gaspar al tocarse todo pringoso, esa palabra la usaba mi abuela.  Marcas para siempre.

FEBRERO INESTABLE

A nuestro padre le gustaba la palabra conservación. Todo había que conservarlo, las costumbres, los manteles, los modales en la mesa,  la higiene diaria, los libros viejos, las copas de cristal en la vitrina, la ropa colgada en los roperos y placares aunque no se usara. Todo en casa era “como sí”, como si  no fuéramos pobres, como si papá fuera religioso, como si mamá y papá aceptaran a Gaspar, como si los niños no lo miraran en la calle. Sin embargo cuando Gaspar iba creciendo mudaron las costumbres, los manteles en la mesa se mancharon, los modales se alteraron, el aseo, la pulcritud y la limpieza fueron  modificadas, los viejos libros fueron rotos, las copas de cristal estallaron y la ropa, no me acuerdo qué pasaba con la ropa.

Chunk of resinous blackboy husk, Clarkson, Western Australia. This burns like a spinifex log.

MARZO ESCOLAR

Gaspar hablaba poco pero sus ojos decían muchas palabras que no se oían, se veían. Aun siendo más pequeña yo aprendí a escribir antes que él. Un día tomé una cartulina, la dividí en cuadraditos y en cada uno iba dibujando objetos que Gaspar conocía y necesitaba: agua, manzanas, pantalón, peine. Gaspar señalaba con el dedo lo que deseaba y yo nombraba la palabra y hacía que la repitiera. Su voz salía con dificultad. Después de unas semanas Gaspar llevaba consigo un cuaderno con orejitas, ellas decían COMIDA, ASEO, JUEGOS, SALUDOS, FOTOS, ROPA. Y fuimos agregando algunas más. Cada palabra fue haciendo oración y cada oración fue construyendo un discurso muy divertido. Discurso es una palabra de mayorest. Sed efficitur mi sem. Quisque scelerisque augue in sem euismod interdum.

ABRIL ENTRETENIDO

Gaspar es una persona interesante. Con él aprendí a rescatar los detalles. Mirábamos las filas de hormigas cargando hojas y palitos, los atardeceres en el mar, nos mirábamos las uñas de los pies, los pelos de las cejas y pestañas. Coleccionábamos las semillas de las mandarinas y los pétalos de los jazmines, lápices y lapiceras, fibras y pinceles. A Gaspar todo lo asombraba, todo. Azorado, decía la tía Clarita. Era curioso y nunca renunciaba a conocer. Para él el mundo no era peligroso. Su vida no era un drama como la veían las tías. Era diferente, pero todos éramos diferentes. ¿Cuál era su déficit? Los prejuicios tienen más faltas y carencias. Contábamos las estrellas del mantel y las lentejas del guiso. Nuestra zona de juego era toda la casa y más.

MAYO CORPORAL

Gaspar ganaba autonomía. Yo lo corría del lugar del que no sabe. Él aprendía con todo su cuerpo. Le encantaba meter los pies en los charcos, las manos en el barro, los codos en la polenta, la nariz en  las cremas de mamá, refregar su espalda en el césped de la placita, abrazaba efusivamente a los niños, a los ancianos, a todos, y se llevaba a la boca objetos insólitos. “Su discapacidad no es afectiva, es cognitiva” decía su seño dos, la uno estaba en la escuela. Yo no sabía qué quería decir cognitiva. “Su dificultad es lingüística” y no sabía qué quería decir lingüística.

JUNIO TRISTE

Cuca nos perseguía todo el día. Gaspar la amaba, dormía con ella. Había llegado a casa de cachorra.  Pero un día Cuca, nuestra perra vieja, desapareció. Gaspar y yo preguntábamos por ella pero nadie nos contestaba. En el cumpleaños de la abuela Yeya mi prima nos insultó diciendo que Cuca había muerto atropellada en la avenida, lo dijo de mala que era. A Gaspar le vino una lloradera de aquellas. Nadie podía sostenerlo. Yo escraché a la prima, le tiré de las trenzas y le quité los moños de su ridícula cabeza. Yeya nos dijo que era verdad y que escraché era una palabra grosera. Otro secreto más. Mi familia estaba llena de secretos. Papá nos dijo que la habían enterrado en los médanos. Menos mal. Pudimos ir a ver su tumba y Gaspar le ofrendó jazmines de nuestro jardín. Descubrimos la ausencia.

FRÍO JULIO

Vacaciones de invierno. Hace frío y llueve. Estamos sin salir de casa. Gaspar se ha enojado. Mamá dice que cuando se empaca como las mulas hay que dejarlo solo que se le pase. Se encerró en su cuarto y pintó todas las paredes con fibrones de colores. No quiere salir. Sólo a mí me deja entrar y para que deje de llorar le pinto estrellas y soles en las paredes. No llego al techo. Él dibuja mamarrachos y dice que son flores, árboles, peces, ballenas y gaviotas. Ama el mar. Y eso son. Cuando Gaspar se ríe deja de llover y salimos a la vereda a pisar charcos de agua con las botas de goma. Hace frío pero nos divertimos igual. El tiempo transcurre lento en esta infancia.  Tiempo es una palabra difícil.

AGOSTO OLVIDADIZO

Ésta es una foto familiar. Gaspar siempre tomado de mi mano y mamá siempre seria. Mamá sonreía poco y papá trabajaba mucho. Mamá siempre en casa y papá siempre fuera. Cuando yo nací Gaspar tenía tres años.  Pronto dormimos en el mismo cuarto. Gaspar cuidaba de mí. “Es chiquita, no la vayas a tirar” decía mamá en lugar de “Es chiquita, vos que sos mayor podés cuidarla”.  Un día mamá olvidó a Gaspar en la verdulería y cuando se dio cuenta y volvió enloquecida a buscarlo Gaspar le dijo: “Soy chico, no olvidar a Gaspar”. Don Cosme, el verdulero, lo había sentado dentro de un cajón vacío y estaba comiendo una banana. “Poco juicio” reprochó  don Cosme y mamá se avergonzó. Olvidó la palabra perdón.

SEPTIEMBRE NUBLADO

Vivir cerca de la playa fue un gran acierto de mis padres. Cuando la primavera se hacía sentir en el aire y en el cuerpo Gaspar y yo íbamos a la playa. Mamá nos miraba desde su reposera y temía que Gaspar se resfriara. Nos sacábamos las medias y corríamos descalzos por la arena y por la orilla del mar. Arena y agua espumosa, arena y agua espumosa. Gaspar era forzudo y me llevaba a cococho, una palabra graciosa. Juntábamos piedras y caracoles en un balde rojo. Con ellos armábamos una ciudad. Yo le narraba a Gaspar historias inventadas. Él ponía sus autos y yo mis dos muñecas en esa ciudad que era de los dos. En mis historias siempre monstruos y extraterrestres invadían la ciudad y la terminaban desbaratando y quedaba abandonada para que la marea la borrara. Haríamos otra.

OCTUBRE AMIGO

Mi mamá y yo no podíamos solucionarle  todos los problemas  a Gaspar. Él debía aprender a resolver sus conflictos solo. Esa palabra usaba su maestra tres, la de los miércoles, conflicto. Pero Gaspar no tenía amigos ni amigas. Un día en la escuela un niño le hizo una zancadilla para reírse de él al verlo caer al piso. Gaspar perdió dos dientes. Mientras lloraba y sangraba en el patio junto a las macetas de azaleas una niña de cuarto grado se acercó a ayudarlo. Su nombre era Teresita. Y su amistad duró por años. Fue entonces que Gaspar dejó ir su miedo a  otros niños, a la burla, soltó su suricata de peluche y eligió confiar en los otros.

BULLICIOSO NOVIEMBRE

Ha llegado el fin del año escolar. Gaspar será un superhéroe en la obra  que la seño uno está preparando para el acto. Aún no se decidía. Los otros niños ya han tomado los héroes más conocidos y Gaspar no tenía ninguno. Los otros niños y niñas del grado lo han nombrado el SG, Super Gaspar, porque es super en todo, en alegría, en voluntad, en atención, en amistad. En la obra de los superhéroes él sería el que salvaría a todos los otros con una espada mágica. En el escenario, los aplausos y su sonrisa hicieron llorar a mamá. Gaspar tenía miedo y vergüenza de subir al escenario pero esta vez papá estaba en el fondo del salón y la maestra de música se lo mostró por un agujerito del telón. Lo mágico no fue la espada, fue la aprobación de nuestro padre. Sin palabras.

DICIEMBRE MILAGROSO

Nunca había mencionado en la secundaria que tenía un hermano. Un día en cuarto año en la clase de Física un compañero, para burlarse de otro que frente al pizarrón no entendía un ejercicio, le gritó muy desenfadado ¡mogólico! La profesora detuvo la clase, nos miró a todos y preguntó si alguno de nosotros teníamos un hermano o familiar con síndrome de Down. Hubo silencio. Por primera vez me atreví y levanté la mano. “No aceptaré utilizar ofensivamente esta palabra, para insultar o discriminar” dijo la profesora. Sentí todos los ojos del salón sobre mí. Dieciséis  años  junto a mi hermano, habíamos crecido juntos. Sin embargo fue aquel mediodía de diciembre al salir de la escuela cuando descubrí el milagro. Ese día aprendí la hondura de las palabras y el valor de la infancia vivida entre mi hermano Gaspar y yo.