Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa…
Capítulo 7 primera parte
Cuando Ulises volvió de la escuela corrió a su cuarto para buscar la historieta que estaba leyendo, Aquaman. Pero algo extraño había sucedido, la puerta de su cuarto no estaba, en realidad tampoco estaba su cuarto. ¡Cómo! No estaba. Había desaparecido. No podía creerlo. Fue a lavarse la cara pensando que tanto jugo de moras le había dado vuelta el estómago y tal vez sin saberlo estaba mareado y quizá hasta había entrado en otra casa. Volvió a buscar su cuarto, la puerta de su cuarto, dio vuelta por el patio, entró en la cocina, salió por el comedor y enloquecido comprobó que efectivamente su cuarto se había evaporado. Pero más allá de estar confundido estaba preocupado por la situación y lamentaba la ausencia de las historietas: Las aventuras de Astérix y Obelix, el Capitán América, Iron Man, Hulk, Thor y Wasp. ¿Dónde habían ido a parar Batman, Black Panter, Conan el Bárbaro y toda la colección heredada de Corto Maltés y Dick Tracy?
Eran las cinco y su madre llegaría a las siete de su trabajo. Con su rostro empapado en lágrimas y la nariz roja de tanto sonársela esperó dos horas sentado en el umbral de la casa. Cuando su madre dobló la esquina no tenía ni fuerzas en las piernas para levantarse.
– ¡Fue un encantamiento! – gritaba y repetía su madre- ¡Fue un encantamiento! Allí no más aparecieron dos vecinas cómplices de su madre, doña Cuca y doña Amparito, que habían tenido la lúcida idea de eclipsar la locura y ostracismo de Ulises quemando sus comics en ausencia del pequeño de diez años. Fue una fogata con cuyas últimas brasas doña Cuca cocinó un asadito con gusto a aventuras. Ulises lloraba y pataleaba, reclamaba sus comics, pero su madre insistía que había sido un encantamiento de un tal Videlón, afecto a desaparecer personas y objetos. Que había llegado volando en un rayo, vestido de verde luminoso, encapuchado y con un antifaz negro y que en un triqui-traque había fulminado con su rayo todos los comics y el cuarto y que había huido por el cielo dejando un punto brillante como un diamante.
Enojado, enfurecido y pegando un portazo Ulises tomó su bici y dejó su casa. Llegó al arroyo y allí continuó llorando hasta quedarse dormido. Cuando despertó ya era de noche, pero una profunda angustia seguía oprimiéndole el pecho. Subió a su bici y camino por la avenida topó con la monumental escultura cervantina.
– ¿Qué haré ahora sin mis comics? – gimoteaba Ulises- Sin ellas la vida no vale la pena.
– ¡Eh, niño, niño! ¿Por qué lloras? – preguntó Sancho
-Es que mis historietas se han esfumado y mi madre, que teme que enloquezca, me las ha quitado.
-No niño, cómo haría eso una madre- respondió Don Quijote.
-Sí, así fue. Me dijo que fue un encantamiento y no le creo.
– ¿Por qué no le crees? – replicó el hidalgo – ¿No crees en encantamientos?
– Que sí, que sí. Que existen. A mí el sabio Frestón, enemigo que me tiene ojeriza, también me desapareció mis libros de caballería, pues quiere hacerme todos los sinsabores que pueda.
-Pero yo no tengo enemigos. Sólo quiero leer mis historietas.
-Bien dicho niño. Pero tal vez tú seas el elegido para ser un futuro caballero andante, amante de la justicia, defensor de los pobres, reparador de ofensas y transgresor. Te dirán loco, querrán encerrarte en un manicomio. Quizá este percance sirva para fortalecerte y hacer de ti un hombre de coraje, perseverante, con sentido del honor, y enamorado y compasivo y ¡Libre! – agregaron Dulcinea y Rocinante. Amanecía cuando los padres de Ulises lo hallaron dormido en la plazoleta junto a la escultura. Lo cargaron junto con su bici. Llovía. El galgo corredor bostezó. A los pies de su cama yacían Linterna Verde, El hombre araña y La increíble y colosal historia del niño Ulises junto al Quijote y Sancho. Comenzó a llover y era un buen domingo para continuar durmiendo.