SUTRA, EL ELEFANTE YOGUI

Sutra

Al Congreso de las hormigas asistió Sutra, el elefante, se sentó en el fondo y se quedó quietito. Quietito como le había prometido a su esposa Norma, su elefanta compañera, y trataría de pasar desapercibido. Desapercibido lo que se dice desapercibido era un imposible, por su tamaño y esa trompa que cuando inspiraba se tragaba todo lo que tenía alrededor, incluyendo a las hormigas. Hormigas negras y de anchas caderas, enojadas y discutidoras que venían al Congreso a solicitar que prohibieran los elefantes en el zoológico. Zoológico lleno de bichos, todos agremiados y Sutra era el delegado de los elefantes. Venía en representación del resto de sus compañeros.

-Compañeros, pido la palabra- dijo una hormiga de sombrero de paja y pluma azul.

-Palabra concedida, hable pues- respondió el tapir   que presidía el Congreso.

-Pues, Sr. Presidente, venimos a pedir que los elefantes sean corridos del predio que ocupamos porque ellos dificultan nuestro trabajo de recolección de hojas. Están siempre respirando compulsivamente, echándose tierra sobre el lomo y esparciendo a nuestras hormigas obreras por todo el lugar.

-Lugar que además pisan con sus grandes patas y obstruyen las entradas de los hormigueros entorpeciendo la circulación por todas partes- agregó otra hormiga con gorrita deportiva.

-Por todas partes desaparecen nuestros hijos por el aire, Sr. Presidente, cada vez que estornudan- apuntó una hormiga de verdes moños.

-Estornudan y bostezan, sin contar con los resoplidos de los sueños, las asfixias, los soplos, los ahogos, exhalaciones, gruñidos, rezongos, toses, suspiros, bueno…

-¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno! – interrumpió Sutra, desde el fondo – Ya está bien, basta de quejas. Nosotros, los elefantes, no venimos con deseos de entorpecer la dulce convivencia con las hermanas hormigas, ni a embarrar la cancha, ni a romper el equilibrio ecológico- dijo y estornudó tan estruendosamente que medio salón, lleno de hormigas, quedó pegado a las paredes. Cuando el tapir logró poner orden en la sala exclamó.

– ¿¡Equilibrio ecológico, dice!? ¡Amigo! No estornude así, tiene que medir sus impulsos, sino no hay equilibrio que resista. A ver, ¿alguna propuesta?

-Propuesta es la que traigo, Sr Presidente, los elefantes respiramos así porque no lo sabemos hacer de otro modo, por eso molestamos a las hormigas, no hay mala intención. La civilización, el zoológico ha pervertido nuestros instintos salvajes pero naturales y muy pocos elefantes respiran correctamente, así que hemos conseguido, traemos, proponemos, planteamos, exponemos, sugerimos, recomendamos una solución- expresó solemnemente Sutra.

-¡Solución! ¿Cuál? Explíquese ya- gritó el tapir.

-Ya hemos conseguido y contratado a una profesora de Yoga.

La sala estalló en risotadas.

-Yoga, no se rían, ¿saben lo que es? La vida depende absolutamente de la respiración. Respirar es vivir. La ciencia de la respiración   ha servido a escuelas enteras de filosofía oriental y cuando los países occidentales pongan   en práctica dicha ciencia, pues en la práctica está su eficiencia, obrará una maravilla.

-Maravilla es que tenemos un elefante yogui, no nos hagas reír- interrumpió una hormiga llena de puntillas.

-Reír no, pretendo que aprendamos a respirar y no perjudicaremos a nuestras compañeras hormigas con el aire que entra y sale de nuestras trompas- concluyó Sutra.

-Trompas largas y traviesas, eh… ¿Puede hacernos una demostración? – pidió el tapir.

-Demostración, como no. Comenzaremos por uno de los ejercicios de respiración alta, media, baja y completa. ¡Todos de pie! ¡Relajarse! ¡Inspirar! ¡Exhalar! – ordenaba dulcemente.

 Dulcemente concluyó el Congreso, hormigas y elefantes firmaron pactos de no agresión y solidaridad. Se votó a favor de las clases de Yoga, al menos de prueba con la profesora contratada. La profesora contratada resultó ser Mabel, la cebra, recién llegada de Calcuta. Todos salieron ¡tan contentos!

Tan contentos que a la semana siguiente Mabel comenzó con las clases de yoga, por la mañana con los animales grandes; de tres a cinco, las aves; de seis a ocho, los insectos; los sábados aquagym para los acuáticos. Se iban sumando clases, meditación, nutrición, Ayurveda.

Al atardecer todo el Zoo recitaba el OM al unísono, los flamencos y los suricatos cantaban mantras y un fino sonido cósmico circulaba por el aire. Aire entre ejercicio y ejercicio, todo el Zoo fue respirando en armonía, se restableció el orden entre las especies y la energía absoluta circuló entre los animales, al cuidado de Sutra.

Sutra finalmente escribió Veinte lecciones sobre yoga en el Zoo y ya anciano, lleno de sabiduría, se lo ve pasear por los jardines, enseñando, con su serena voz de gurú, un sano, natural y normal método de alabar a la Madre Naturaleza.                                                                            NAMASTE