Caperucita adolescente

Caperucita adolescente

Después del  feliz final en el que se vio envuelta nuestra inocente Caperucita Roja, esto es, la llegada triunfal del cazador, la abuelita y ella rescatadas del vientre del feroz lobo, la muerte ejemplificadora del malvado asesino, la resurrección lazarética de ambas mujeres, la vida continuó.

El hecho traumático vivido por la niña trajo sus consabidas consecuencias. La familia de Caperucita Roja y su abuela se mudaron del peligroso bosque a la no menos peligrosa ciudad capital de este país innombrable de los cuentos de hadas. Dada su clase social obrera ocuparon un PH en un barrio del conurbano, su papá, aparecido en acción, buscó trabajo en el rubro de la construcción, su mamá comenzó a coser para una fábrica clandestina de jeans, su abuelita elaboraba dulces y tartas y los vendía en las ferias los domingos y gracias a la obra social de su papá y a algunos otros beneficios sociales pudieron enviar a Caperucita a la psicóloga pues la pobre había quedado con algunas secuelas: disfluencia – más conocida como tartamudez – bulimia sumado a que por las noches tenía terribles pesadillas, enuresis infantil – se hacía pipí en la cama – y traía muy malas notas de la escuela. El padre le echaba la culpa de todo a la madre por haberla dejado ir sola a la casa de la abuelita. Las constantes discusiones entre ambos terminaron en una separación, así que Caperucita pasó a ser una más de los tantos hijos de padres separados.

 Y así entró en la pubertad. Creció la niña, “se hizo señorita” y se convirtió en una adolescente a la que llamaremos Capi. Indecisa, introvertida, a la vez rebelde, contestadora, desobediente, siempre peleando con su mamá, corría en busca de su abuela que conservaba la sabiduría necesaria para escuchar a su conflictuada nieta. Vivía arriba de su bici o de su patineta y así patineteando conoció a Juanito Wolf, un joven dark, del cual se enamoró hasta el delirio, fue un amor a primera vista, un flechazo, una conmoción. Capi cambió inmediatamente de look, abandonó su caperuza roja y se vistió toda de negro, botas acordonadas, minifaldas de pana,  gabardina o largo sobretodo, accesorios góticos, pulseras y collares de picos, uñas y labios morados, ojos delineados en negro, cabello más negro hasta los hombros, piercings y perforaciones. Escuchaba a Bauhaus. Su siniestro look conmocionó a Lili Klein, su terapeuta y a sus padres, su abuelita la acogió con cariño, “pasará” dijo. Y así transmutada en una dark girl transitó no sin dificultades sus dos primeros años de secundaria.  Fue entonces cuando comenzaron las fiestas de 15, pero Capi no quiso la suya prefirió una cirugía estética, imaginemos dónde. Se peleó con Juanito Wolf, dejó su look dark – la abuela tenía razón – se hizo rockera, luego flogger, unos meses después punk, emo, heavy metal, hippie, rapera, en fin, “pasará”, e iba de tribu en tribu, buscando su identidad. Aún se encuentra en eso porque la adolescencia es más larga de lo que creemos. Por ahora está tomando clases de comedia musical, canto y baile, quiere ser una chica famosa, no por todo lo que sabemos sino por sus propios valores artísticos.

Lili Klein sigue trabajando con  Capi sus ansiedades, sus elecciones entre qué camino tomar, si el más largo o el más corto, entre el deber y el placer y sus encrucijadas.  Capi sigue elaborando sus miedos a los lobos hechos hombres, padre, jefes, docentes, amigos, novios y continúa buscando a su “mítico leñador” o leñadora, fuerte y responsable,  que la salve de ser comida.  Pero también está tomando clases de taekwondo, por las dudas y lleva gas pimienta en su mochila. Traumas de la infancia. En cuanto a la abuelita continúa  muy piola con sus clases de yoga, pintando mandalas y trabajando en su Fundación Abuelas del Bosque que lucha para recuperar  a nietas desaparecidas por Lobos, y que éstos reciban el castigo que merecen. Capi la visita todos los domingos y feriados, le lleva en la mochila comida vegetariana y le dice: “¡Abuelita, qué joven estás!” a lo que ella responde: “Es que uso crema de placenta de loba, antiage”. Comparten la merienda, juegan al buraco e intentan ser felices cada día de esta maravillosa vida.