Mandarinas

Mandarinas

Mandarinas 1

Pienso en María Rosa que está llegando a San Clemente, que irá al mar y le dije que se llenara los pies de arena y respirara el aire de la costa, también me llamó Gra que no viene el miércoles porque está engripada, los chicos hicieron videollamada para ver a Santiago y dijeron que harán empanadas porque siguen confinados y están hartos. Oscar hizo lemonchelo porque el del taller mecánico le regaló una bolsa con más de veinte limones, pero no lo puede convidar porque el del taller va a Alcohólicos Anónimos y no bebe. Estoy cansada de no ver a mis amigas a mis nietos y nietas a mis hijos e hijas, de no ver nunca más a Lucía.
Sentada en el umbral de mi casa de Ciudadela, vereda ancha, veo pasar la gente y yo, afortunada, como mandarinas y separo las semillas que voy a poner hoy mismo en una latita con tierra y un agujerito en el fondo, en el patio de mi casa de Mataderos cuando sea grande, porque el sol de mi barrio será muy generoso y todo florece y después seguiré tirada en el hall de mi casa. A Lucía le pelo yo la mandarina y le saco las semillas para que no se las trague. Hace calor, pero aquí está fresquito, huele a fresias y a jazmines, el perfume viene de las macetas de mi abuela. Y estiro los pies sobre la pared, me estiro, me estiro, aunque no quiero olvidarme de las semillas de mandarina, no sea que las deje tiradas en el umbral, porque se las llevarán las hormigas culonas.
Esta tarde cálida de enero me pregunto qué hace Lucía subida a ese tanque de la General Paz, por qué subió, ¿dónde está su hermana? pregunta la vecina, ¿quién la dejó sola? grita mamá, ¿por qué no la cuidaron?, a que no tomó los remedios, ¿se escapó? Seguro que no quiere vivir más, decidió irse definitivamente, abandonar su colección de barbis, su carpeta de dibujos, sus encierros en la terraza, su bici verde y con certeza piensa que, desde allí, tan alto, cuando se arroje para salir volando con desesperación, no caerá en el vacío.
Tal vez vuele a la costa a ver a María Rosa en la playa y vaya dejando huellas de gaviota en la arena o mejor será que se lance derechito a la lata donde están enterradas las semillas de mandarina y podrá florecer algún septiembre. Sí, mejor ser mandarina que gaviota y crecer en un patio soleado así cuando yo sea grande Lucía estará a mi lado.

Mandarinas 2

Sentadas en el umbral de nuestra casa de Ciudadela, vereda ancha, vemos pasar la gente y comemos mandarinas. Ana, con su paciencia, separa las semillas que pondrá hoy mismo en una latita con tierra y un agujerito en el fondo. Será para su patio de la casa de Mataderos que tendrá cuando sea grande, porque el sol de ese barrio será muy generoso y todo florecerá.  Seguimos tiradas en el hall de nuestra casa. Ana pela las mandarinas para mí y le saca las semillas para que no me las trague. Hace calor, pero aquí está fresquito, huele a fresias y a jazmines, el perfume viene de las macetas de la abuela. Y Ana estira los pies sobre la pared, los estira, los estira. Yo la miro porque la quiero, porque es hermosa inteligente y buena. Me observa a través de esos rulos despeinados de siempre Ojalá no se olvide las semillas de mandarina, no sea que las deje tiradas en el umbral, porque se las llevarán las hormigas culonas. Espero no me olvide.

Hola Ana, soy María Rosa, estoy llegando a San Clemente, por qué no atendés el teléfono. Voy a ir al mar por vos, me llenaré los pies de arena y respiraré el aire de la costa. Me llamó Gra, que no irá a verte el miércoles porque está engripada, dice que no respondés sus llamadas. Hablé con Oscar, me contó que hizo lemonchelo porque el del taller mecánico le regaló una bolsa con más de veinte limones, pero no lo puede convidar porque el del taller va a Alcohólicos Anónimos y no bebe. También me dijo que los chicos hicieron videollamada para que vieras a Santiago y dijeron que harán empanadas porque siguen confinados y están hartos. Oscar está preocupado por tu cansancio, salí de la cama. A todos nos afecta no ver a amigas a los nietos y nietas a los hijos e hijas. Por favor Ana, Lucía ya no está hace mucho, aceptalo. Levantate, dale. Esta tarde cálida de enero todos me buscan. Se preguntan qué hago subida a este tanque de la General Paz. Siempre me gustó este tanque, tan alto. Subí para ver cómo se ve la vida desde aquí. Seguramente mamá le estará preguntando a Ana dónde estoy y nuestra vecina chismosa le echará la culpa a Ana porque me dejó sola. Y mamá gritará y hará responsable a Ana de por qué no me cuidó, no me cuidó papá, porque todos tenían que velar por mi salud, si tomé los remedios, si me escapo por las noches. Pero están equivocados, no es que no quiero vivir más. No me iré definitivamente, cómo abandonar mi colección de barbis, mi carpeta de dibujos, mis encierros en la terraza, mi bici verde. Sé con certeza que, desde aquí, tan alto, cuando me arroje para salir volando con desesperación, no caeré en el vacío. Me lanzaré derechito a la lata donde están encerradas las semillas de mandarina que Ana junta y podré florecer algún septiembre. No quiero volar a la costa como las gaviotas y dejar huellas en la arena porque luego el viento las borra.  Sí, mejor ser mandarina que gaviota y crecer en el patio soleado de Ana, así cuando seamos grandes estaremos juntas, Ana y yo.

Mandarinas

Mandarinas 3

Sentadas en el umbral de la casa, por momentos juegan en la ancha vereda. Todas las madres vigilamos a nuestras hijas, yo desde la terraza observo a María Rosa. Le encanta cruzar a la vereda de enfrente a jugar con Ana y Lucía. Ana va al mismo grado que mi María Rosa. Hoy juegan solo ellas tres y comen mandarinas. Ana sacó un balde con agua lleno de mandarinas. Ella junta las semillas, le pela las mandarinas a su hermana Lucía. Se asoman cada tanto y yo las sigo. Parlotean en el pasillo, seguro que está más fresquito, esta tarde de verano es calurosa. Las piernas largas de Ana se extienden por la pared. María Rosa la imita, Lucía las mira, siempre mira con sus grandes ojos azules a su hermana, la admira, la sigue, la copia. Hay un montón de semillas de mandarinas en el umbral.

Mandarinas

Descuelgo la ropa, ya está toda seca. María Rosa sigue enfrente. No la veo a Lucía. Se habrá ido adentro. Lucía, tan delgadita, es una niña silenciosa, juega sola dice María Rosa, con sus barbis, sus dibujos, se encierra en la terraza y cuesta sacarla, cuenta su madre en el barrio. Algunas veces se va con su bici verde y no aparece, todos se preocupan. Ana tiene que cuidarla, no perderla de vista, para eso es la hermana mayor. No es que sea traviesa, es diferente, juega a ser gaviota y volar a la playa de San Clemente a dejar huellas en la arena. Se sube a las sillas y las cornisas y dice que quiere volar con desesperación, pero que no se caerá al vacío porque su hermana la recogerá en una latita con tierra y un agujerito en el fondo, donde crecerá con las semillas de mandarina que Ana junta y colecciona y que florecerá algún septiembre. Todo eso dice jugando.

Pero esta tarde cálida de enero todo el barrio busca a Lucía. De pronto un vecino dice que está subida al tanque de la General Paz. Hay una gran confusión. La madre le grita a Ana, por qué no la cuidó, si sabía que siempre se escapaba, le pregunta si le había dado los remedios. Yo en un arrebato culpo a Ana por dejarla sola, pobrecita. Ana llora, está paralizada, todos la miran, se hizo pis encima y su madre le pegó una bofetada, hasta sus rulos quedaron heridos.

Todos corren y gritan. Yo llevo a María Rosa adentro, no quiero que vea ni escuche ese dolor. La cuadra quedó vacía y en silencio. Tiradas en el umbral quedaron las semillas de mandarinas. Se las voy a juntar no sea cosa que se las lleven las hormigas culonas, la niña las querrá.  Por el zaguán me llega un perfume a fresias y a jazmines, viene de las macetas de la abuela.