Greta

Greta

Greta cuida de Greta. Siempre fue así. Aún de pequeña debía cuidarse de sus tres hermanos mayores para quienes esa niña rubia, más rubia que el oro, tan fastidiosa, había llegado al hogar de tres varones, sin avisar sin ser pensada sin pedir permiso y vino a interrumpir ese mundo sosegado pero hostil que les pertenecía. Luego creció cuidándose de no ser dañada ni burlada, evitando comer de más para que no le dijeran “gorda” con desprecio y no gozaran verla llorar o cuidándose para no oír a su mamá y a su papá litigar siempre, por todo. Necesitó cuidarse del dolor de las lágrimas del abandono involuntario porque había un hermano en peligro que sumió a la familia en una profunda pena. Creció cuidándose sola y armó su vida su trabajo su hogar su espacio. Nadie lava su ropa, ni cocina su alimento, ni hace sus compras, ni limpia su casa, ni cuida de su salud, ni paga sus cuentas, ni riega sus plantas. Es extremadamente libre, inteligente, piensa calcula decide busca, gana y pierde viaja o se queda con su gato Arthur que balconea mientras ella prepara su almuerzo. El amor va y viene. Sus hermanos varones siguen allí y su madre, a la que llama por su nombre, tal vez merezca su perdón. Hay amigos amigas y una rara familia a la que no quiere molestar. Es serena y vive con exactitud. No le es fácil confiar y soltar cuando solo Greta cuida de Greta. ¡Ah! ¡Canta! Y Arthur la observa embelesado.