LAS COSAS PUEDEN SER DE OTRA MANERA

Mi prima Otilia era una deseante. Desde chiquita deseaba cosas. Mi tía se dio cuenta de esto desde que tenía muy temprana edad. Deseaba un tipo de ropa, una remera naranja, un juguete, el jueguito de mate y la cocinita, ir a un lugar determinado, a las hamacas de la Gral. Paz, comer ciruelas rojas o milanesas de nalga, luego fue teñirse el cabello de verde y hacerse rastas, ir a Luján caminando y a medida que cumplía años fue deseando otras cosas, las cosas que pueden ser de otra manera.

Deseó ser virtuosa y como las virtudes se aprenden en el ejercicio, son hábitos, se fue habituando acostumbrando a desear cosas buenas y a ejercerlas. Deseó no mentir y no mentía, deseó ser generosa y lo era, deseó no ser vanidosa y doy fe que era muy humilde. Deseaba algo y elegía hacerlo, su deseo era deliberado y de cosas a su alcance. No deseaba un unicornio azul, una estrella de las que veía desde su terraza las noches de verano con su papá. También deseó que él no muriera tan joven y ella tan pequeña quedara sin papá, pero sabía que ese deseo no estaba en su radio de obtención. Entendía que sus deseos eran principios de acción, se movía persiguiendo fines en busca de la felicidad porque si bien algunas veces deseaba lo imposible, como que su mamá no perdiera la casa, no podía elegir que no la perdiera, porque elegir era actuar y ella era pequeña para actuar en algo que evitara la pérdida de la casa.

Algunas veces, ya más adultas yo le decía: “Otilia, prima querida, cambiá tus deseos, dejá de desear tanto tanto”. Pero ella continuaba deliberando, no sobre lo que no podía controlar o dependía del azar, como las finanzas del Banco Nacional, la caída de cabello de Pedro, su hermano, las nevadas de la Patagonia, la cosecha de soja, el paso de los años de su abuela Coca, la rifa de la panadería para Pascua y otras cosas locas.

Otilia vivió no muchos años, a lo largo de su vida, la cual compartí, no experimentó la frustración, ni la obsesión ni la ansiedad ni el descontento, no la perturbó ni el pasado ni el futuro, nunca la vi insatisfecha, no estuvo enojada con la vida ni desagradecida. Otilia fue prudente y por ello aceptó su cáncer y su muerte silenciosa, cerró los ojitos, me pidió que cuidara a su perro Lorenzo, deseó dormir, lo deliberó, encontró que era bueno y quedó dormida.

 A su lado, mientras espero el servicio fúnebre, observo en su biblioteca una foto de ambas andando en bici en la quinta de tía Rosalinda, teníamos siete años. Deseo volver el tiempo atrás, pero ya lo sé, es imposible.