MILAGRO DE NAVIDAD

MILAGRO DE NAVIDAD

Con la nariz pegada en la vidriera Chicito miraba las luces de Navidad, un árbol verde lleno de bolas de colores, duendes barbudos, flores doradas, estrellas brillantes, papá noeles copos de nieves, renos guirnaldas plateadas. Todo era un gran revoltijo de objetos colgantes, luces que se prendían y apagaban y al pie de ese pino había un pesebre y figuras algo grotescas, el Niño María y José, los tres Reyes Magos, tres vacas, dos burros y un ángel sobre el tejado del pesebre. Chicito no sabía qué era todo eso, nadie nunca le había contado qué era la Navidad. Pero cansado de vender jazmines en esa hora de tanto calor, se sentó junto a la vidriera y observaba. Era una Navidad en el hemisferio sur, por qué tanta nieve.

Chicito apenas había cumplido los siete, aún no había comenzado la escuela. No sabía leer pero tampoco lo necesitaba, conocía el dinero y cada ramo costaba quinientos pesos. Con eso bastaba.

La parada del colectivo estaba justito frente a la vidriera. Cuando frenó el 86 la segunda en bajar fue Zulema. Hacía tanto calor que se sintió mareada, se acercó a la pared y se apoyó. Había pasado la noche cuidando a Luis, estaba en terapia, eran sus últimos momentos y rogó que la dejaran quedarse. No se podía, pero la enfermera era gauchita y la autorizó. A las seis y algo él murió, sin embargo ella le tuvo la mano hasta el final. Estaba sin dormir sin comer y a los setenta y pico se quedaba sola, totalmente sola.

-Señora, ¿querés agua? – le preguntó Chicito cuando la vio.

-Sí – respondió Zulema y cayó al suelo.

El niño corrió al quiosco de la esquina a pedir agua a Damián, el diariero que le guardaba los jazmines. La gente se agolpó alrededor y de la juguetería salieron a auxiliarla. Cuando llegó Chicito con el agua Zulema estaba algo repuesta.

-Gracias nene- le dijo Zulema- sos un ángel.

La cara sucia de Chicito se llenó de luz, los ojos negros renegros le brillaron y se le subieron esos cachetes hechos de fideos y polenta hasta dejar ver una sonrisa de dientes torcidos.

Tres días después volvió Zulema y allí estaba el niño de los jazmines. Zulema le había traído ropa limpia y unas zapatillas si no nuevas al menos sin agujeros. Cuando Zulema le preguntó qué miraba   con tanta ansiedad le dijo que él quería saber qué era todo eso. Zulema le fue explicando lentamente qué era la Navidad, quién era el Niño Jesús, le habló de su madre y de lo que se celebraba e intentó que comprendiera qué tenían que ver los renos, los papá noeles, los pinos cubiertos de nieve las medias y los bastones dulces. Así comienza esta historia de final feliz. Acaba cuando veinte años después Ezequiel, ya no Chicito, lleva el cuerpo de su madre adoptiva, Zulema, junto con su esposa y sus dos hijos al cementerio. Irá al crematorio. Ezequiel la acompañó hasta los últimos momentos. Una madre y un hijo y el efecto del amor.

¿Y dónde está el milagro? Ah, el milagro está en el tiempo, en ese reloj universal e infinito que no sabremos nunca quién pone en marcha. O está en el vaso de agua que Chicito le dio a Zulema. Las pequeñas acciones pueden generar grandes cambios y el universo complejo e impredecible produce desplazamientos.

Es tiempo de Navidad, un niño vende jazmines en la avenida, el colectivo que trae a Zulema se detiene en el semáforo, Chicito cansado se sienta junto a la vidriera y observa, todo lo que hay detrás del vidrio nunca lo tuvo en la mano, desea tocar ese bebé que duerme en un canasto como su hermanito. Pero Zulema no baja segunda, baja última, algo descompuesta y Chicito corre al quiosco y no la ve y ella no lo conoce. Y la sincronización no ocurre y la secuencia interminable de hechos se altera. Zulema envejece sola y muere asesinada, Chicito crece entre la droga y la mala vida, va preso por matar a una viejita jubilada que sale a sacar la basura.

Las afectaciones del destino son así ¿o es el azar? Las conexiones se alteran, el movimiento desata probabilidades. Un niño una mujer y el efecto del desencuentro.

Es tiempo de Navidad, de una Navidad consumista en medio del caos universal. Dice la ciencia que existen sistemas sumamente susceptibles de mutaciones que pueden producir consecuencias diferentes de manera caótica e inesperada, llaman a esto el efecto mariposa. A pesar de ello, para mí es un milagro de Navidad, porque los milagros existen.

– ¿Está mejor doña?

-Sí, ¿cómo te llamás vos?

-Ezequiel, pero me dicen Chicito.

-Gracias por el agua, me hizo bien.

 Y un aleteo le recorrió todo su cuerpo.