ENCUENTRO FILOSÓFICO CON LAS ECOS

Salí de las ecos a medio vestir, tanta ropa en invierno, qué fastidio me producen los exámenes ginecológicos, sí, ya sé, son necesarios, pero a mis años para mí son un incordio. La señora rubia muy emperifollada me preguntó si me había atendido un hombre o una mujer. Le respondí con un soplido y dije que una mujer. Sin que nadie le hablara contó que le habían preguntado si prefería un hombre o una mujer para las ecos mamaria y transvaginal. La otra señora, cruzada de brazos dijo que a ella no le habían preguntado nada, yo asentí. Manifesté mi rollo con estos estudios que casi duran cuatro meses, que la ginecóloga con las órdenes, que las ecos, la mamografía, volver a la gineco por pap y colp y cuando tenés todo reunido otra vez a la gineco. Los turnos son distanciados y me agoto.

– ¡Ah! ¡No! – dijo la señora emperifollada-  para mí es excelente, hay que hacerlo. A mí no me molesta yo vengo de una familia genéticamente muy sana, tuve una buena niñez, llevé una vida sana, como bien, no fumo, no bebo alcohol, no tengo ni tuve adicciones, mi vida es muy regular, trabajé tuve dos hijos, hice todo lo que tenía que hacer…

A esta altura ya me molestaba toda la ropa y de pie busqué con la mirada dónde apoyar mi mochila, mi abrigo, mi bufanda y gorro mi carnet y DNI, la mamografía retirada de hacía un mes atrás y el celular que llevaba en la mano. Debía esperar el resultado y no había un solo lugar libre, mi barbijo me amordazaba, aunque no a la emperifollada que seguía.

-…Tengo algo de colesterol, soy hipertensa y tomo para la tiroides y para dormir un clonazepam suave, nada más, pero a mi edad estoy regia. Estoy muy sana y es por la vida que viví, no me arrepiento de nada…

En ese momento oí mi nombre y fui en busca de mis resultados. Pude salir por la izquierda y evitar a la perfecta emperifollada que continuaba narrando su impecable vida a la de los brazos cruzados. Su voz aguda y estridente parecía hacer ecos en mis oídos “nomearrepientodenada nomearrepientodenada”

Me fui pensando en la dichosa ignorancia de la señora emperifollada que no tenía nada de qué arrepentirse, ergo, no tenía por qué enfermarse. ¡Lo que es llevar una vida inmejorable y correcta! No sé si me molestó su arrogancia o envidié su optimismo. Aún lo reflexiono. Pero ahora voy por los turnos del traumatólogo. La vida cotidiana no deja de sorprenderme.