Clotilde es una mujer extravagante. Sus vestidos son fuera de época, con telas extrañas de diseños estrambóticos. Usa sombreros originales, nadie sabe dónde los compra y sus zapatos y carteras parecen fabricados para ella especialmente. ¡Es muy flaca y esbelta! Parece un palo de escoba.
Clotilde vive en mi edificio, en el segundo B y yo en el segundo C. Compartimos la vista a la calle Castelli. Cuando salgo a mi balcón la veo en el suyo, regando sus plantas y abonando sus canteros. Tiene buena mano para la jardinería. Ahora mismo la veo. Ha trepado a uno de sus débiles árboles, nacido en maceta roja. Sin hojas casi, sin flores, el desnudo fresno se extiende hasta mi balcón. Unos gorriones juegan en sus ramas y la extravagante Clotilde quiere atraparlos. Tendida en las ramas aguarda. Los gorriones se han volado.
-¡Clotilde, te ayudo!
-¡No! Estoy bien.
Entonces allí vi la distancia entre el cuerpo y el alma de Clotilde, percibí la insoportable levedad del ser y sincrónicamente vi ascender su alma y estrellarse su largo cuerpo en el pavimento. Grité, grité, grité. Comenzó a llover.