CIELOS ENCERRADOS III

El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades: pero les dio un subsuelo profundo y sólido – la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo.

Michel Foucault

CIELO 9 – CICATRICES

José Luis A. tiene un repollito por oreja, la original se la rompieron a culatazos. A Gustavo A. le faltan los dientes, los perdió todos juntos en una comisaría. Ezequiel L. tiene el brazo izquierdo atravesado de costurones, se lastima adrede para ser llevado al hospital y escapar.  Adrián M. renguea, se partió la pierna en pedazos al rodar por un techo mientras huía de la policía.  Ángel M. se traga pilas, papelitos metalizados, hojitas de afeitar.  Mariano J. tiene una bala alojada en el hombro y hay más. Las cicatrices visibles de los pibes deben ser mágicas o deben volar, como las semillas, porque nadie las ve, ni las que llevan en el cuerpo ni las que llevan en el alma.

CIELO 10 – TREPADO

Subido a las rejas del aula Daniel L. no quiere bajar. A las tres de la tarde pasará un amigo con sus dos hermanitas por la vereda de enfrente del instituto, para que él las vea, están indocumentadas y no pueden venir a verlo. Daniel no se quiere bajar, hacemos un trato, cada cinco minutos yo le aviso y trepará por los barrotes, será un alpinista, para ver si vienen, mientras tanto leemos El Remordimiento de Borges. Un alpinista imaginario, le digo. Hoy es mi único alumno, baja y sube Daniel, su amigo no llega. Borges le permite pensar y hablar. Daniel necesita las dos cosas. “…Siempre está a mi lado la sombra de haber sido un desdichado.” Y su amigo no vendrá.

CIELO 11 –  UN INDIGENTE

–  Qué es la indigencia – pregunta Lucas A.

–   La miseria, la pobreza extrema – respondo. 

– Yo sé qué es eso, me crié entre los cartones y la basura, jugué en el barro, caminé los andenes y vagones de subtes, abrí puertas de taxis, pedí en los semáforos, comí la comida que sobraba en las mesas de Recoleta, vendí droga, robé.  Aquí estoy y hoy me entero que soy un indigente.

CIELO 12 –  EL ZORZAL

Rubén A. llegó callado al aula.  Venía de otra tumba.

– Qué hacé, andás zorzaleando vo…

Entrar en el aula fue un paso duro. Sus ojos negros, renegridos a fuerza de las tupidas pestañas, se fijaron en los míos. Me conocía, del Roca. Le di la bienvenida y se sentó solo en el fondo, en silencio, la mirada siempre en el piso. Dos clases después comenzó a faltar. Cuando volvió dos semanas después de las ausencias tenía los ojos más negros aún, en compota, y una herida de destornillador en una costilla.

– El zorzal se la banca.

Rubén A. entró callado al aula, el cuerpo seguro, la mirada en alto. No habló nunca, pero sus ojos negros de cachorro herido me decían que estaba feliz de volver a verme.

CIELO 13 –  LA PLANTITA

– Yo quiero una plantita, pero no me dejan seño.

Quería una maceta para su celda, era casi un departamento, la llaman Pre-egreso. Es un lugar austero y limpio, con ritmo de cumbia villera.

– Me queda poco, seño.

Miguel G. separó las semillitas de las manzanas, las naranjas, las mandarinas, buscó tierra vieja del patio, pidió vasitos descartables e hizo su quintita. Plantó, esperó y esperó, tenía tiempo para esperar, pero nada crecía y sentía pena. Miraba los vasitos. Cuando se fue germinó el vasito de las manzanas, apareció una hojita verde pero él no pudo verla.

Mi recuerdo más cálido para los muchachos del Belgrano, del Roca y del Agote y para las adolescentes del Inchausti. De todos ellos aprendí el valor de la libertad y comprendí que aún encerrados existen cielos de esperanza. Como dijo Jean Paul Sartre, estamos condenados a la libertad.