A media luz

A media luz

Hoy quiero contar y volver a contar tantas veces como sea necesario las historias de mi abuelo, pero no lo puedo narrar linealmente como suele ocurrir en las historias normales donde a una secuencia le continúa otra, esto es en una sucesión de causa y consecuencia, porque en realidad mi abuelo no vivía así, no hablaba ni pensaba de ese modo, y en definitiva aprendí con él a vivir y a expresarme en rulo, en bucle en espiral, como él lo hacía.

 Para mi abuelo eran muy importantes las relaciones, los vínculos, su pensamiento no era recto, no iba de A a B, no, iba y venía estableciendo relaciones muy complejas, que, a decir verdad, sólo mi abuela entendía, interpretaba, traducía.

Porque aquí viene la otra pata de esta historia, mi abuela, profesora de Lengua, con la sintaxis la morfología la semántica la fonética circulándole por las venas, para otro día. Pero volvamos a mi abuelo, para quien las relaciones eran la esencia de la comunicación, de la vida misma. No le importaban las personas, los lugares, los hechos, el tiempo sino las relaciones, los links entre estas circunstancias fortuitas que el azar, Dios, la casualidad o el destino habían reunido.

Sin ir más lejos, frase esta muy graciosa, para qué ir más lejos si todo está cerca de nosotros, a nuestro alrededor, al alcance de la mirada, nos decía mi abuelo. Digo, aquí no más, ayer, fue mi abuelo a comprar huevos, algo sencillo, comprá un maple, le dijo mi abuela, ¡ah!, luego les cuento la etimología de esta palabra que mi abuelo se rehusa a usar, él dice cartón huevero. Mi abuelo recuerda el tango A media luz, pisito que puso Maple: piano, estera y velador, en Corrientes 348, segundo piso ascensor. Y no puede linkear los huevos con el tango. Decía que el abuelo se fue caminando a la huevería, lugar donde no solo venden huevos, si no alitas y patymuslo, de pollo, claro está. Y después de diez minutos de espera el vendedor, ante sus buenos días, quiero huevos, le dijo ¿cuáles? Tengo huevos de campo, huevos orgánicos, huevos caseros, huevos pastoriles, huevos de yema naranja, huevos blancos, huevos colorados, huevos de gallinas libres de jaula, huevos de gallinas felices y consentidas, huevos medianos, grandes y extra grandes, huevos vegetarianos, huevos con Omega 3.

 A esta altura el abuelo ya estaba un tanto mareado y dijo que solo quería huevos como antes, como siempre, como toda la vida. Pero como dije antes mi abuelo priorizaba los vínculos, las relaciones y pensó que una buena relación de la gallina con su criador sería una excelente idea para tomar decisiones y preguntó cuáles de todos esos huevos tenían el mejor cartón huevero, confortable, cómodo, acogedor, placentero, cuáles huevos viajaban desahogados desde las chacras hasta la ciudad, cuánto tiempo tardaban los traslados, si venían escuchando música, si los huevos de los  cartones de 20 30 o 12 huevos eran parientes, si no sufrían angustia en el traslado. Luego verificó los precios, los dividió en clases sociales, los más baratos, los más caros, los de izquierda los de derecha los del centro, los colores de sus yemas, y disertó sobre el racismo huevero. Nada, que el muchacho quedó aturdido, aturullado y zoquete. ¿Algo más?, preguntó. No, solo huevos. Y volvió a casa tan feliz, tarareando A media luz, porque había logrado comprender que maple significaba el lugar amoroso, a media luz donde los huevos esperaban ser comprados y no tenía nada que ver con Maple que es un programa orientado a la resolución de problemas matemáticos, capaz de realizar cálculos simbólicos, algebraicos y de álgebra computacional o con una abreviatura o un acrónimo de la frase en inglés Mathemathic Pleasure (‘placer de las matemáticas’), ni tampoco se debe a que Maple fue hecho en Canadá, cuya bandera tiene una hoja de arce (maple en inglés). Gracias Wikipedia.

Y todo a media luz,
que es un brujo el amor,
a media luz los besos,
a media luz los dos.
Y todo a media luz
crepúsculo interior.
¡Qué suave terciopelo
la media luz de amor!