CÓMO TE LO CUENTO

IN EXTREMA RES

Laguna del difunto Manuel. Allí ahogué al gato de la Chela. Se resistía, me arañaba. Pero después de meterlo en una bolsa de arpillera y atarlo fuertemente, cosa que no resultó nada fácil, lo llevé a la laguna y lo arrojé lo más lejos que pude. Ese estúpido gato se había comido a mi canaria.

La señorita Nelly había organizado un certamen de poesía. Tema: Mi mascota. Yo nunca tuve una mascota, mis padres odiaban todo tipo de “bichos” y yo era el único en el grado que no tenía una mascota. Hasta el Tato tenía una ridícula tortuga ciega.

Mi poesía fue tan triste que conmovió al jurado y ¡sí! gané el primer premio: Un canario que como era hembra, dijo la seño “una canaria” la llamé Nelly. Un mes, solo un mes me duró la alegría porque ese perverso gato negro, hijo del demonio, tanto hizo que, ante un olvido de mi mamá de entrarlo al anochecer de un jueves caluroso, se precipitó sobre la jaula, la volteó y con destreza se devoró a Nelly. Solo unas pocas plumas amarillas quedaron de prueba y sus huellas felinas impregnadas de la brea de nuestra terraza, recién colocada por mi padre.

Con los años comprendí mi error y me arrepentí. Debí haberlo acuchillado.

AB OVO

Cada cuatro de octubre se celebraba en mi escuela el Día del Animal porque la directora, la señora Ernestina de Echeverría (en mi niñez todas las señoras eran “de”) amaba los animales y era la presidenta de la Sociedad Protectora de Animales. Así pues, mi maestra de sexto grado, la señorita Nelly Carrión (ella dijo un día que nunca sería “de”) había preparado un certamen de poesía para cuarto, quinto y sexto grado de turno mañana y turno tarde. El tema era Mi mascota. Yo era el único del grado que no tenía una mascota pero la señorita Nelly me incentivó a participar.

Mi poesía, como las otras, fue leída el día del acto en público y fueron tantas las lágrimas y suspiros provocados que creo que por ello obtuve el primer premio, una canaria cantora, la bauticé Nelly por mi señorita.

Durante un mes limpié su jaula, le puse agua limpia, alpiste y manzana cada día y me entretuve hablándole y oyéndola cantar. También la cuidé de Manuel, el gato negro de Chela, nuestra vecina, que merodeaba nuestro patio y se relamía los bigotes mirando a Nelly desde la medianera. Tres veces le tiré con la hondera pero volvía el atrevido. Aquella mañana cuando descubrí la jaula vacía caída al suelo con solo cuatro plumas doradas, rastro del fatídico asesinato una furia me poseyó. Premedité mi crimen, le tendí una emboscada a mi enemigo y una vez atrapado le propiné un golpe con la pala y logré, no sin dificultad, meterlo dentro de una bolsa de arpillera, lo arrastré en el silencio de la siesta en llamas, lo até a mi bici y lo llevé a la laguna chica, desde ese día Laguna del difunto Manuel. Lo arrojé cuan lejos pude y me quedé gozando el espectáculo de mi venganza.

IN MEDIA RES

Aquella mañana de sábado no tenía nada que hacer. Mamá y papá se habían ido y yo andaba aburrido en la vereda. Entonces pensé qué bueno sería estar acompañado de un perro a quien acariciar o de un gato que durmiera a mi lado o quizá una tortuga como la del Tato. Mi tía Cata tenía gallinas y dos conejos, aunque no sé si ella los consideraba mascotas. Doña Luz, la vecina de enfrente tenía un jaulón con más de treinta pájaros distintos y dos teros, pero mascota mascota o sea, animales que acompañan al ser humano que están domesticados y suelen ser amigables, para mí eran solo los perros y los gatos porque los pájaros se volarían y la tortuga no sé si te registra, o sí. Enredado en estos pensamientos decidí escribir mi redacción sobre las mascotas, que había propuesto la señorita Nelly para un certamen conmemorando el día del animal. Era tal mi excitación que me focalicé en un discurso emotivo sobre un niño pobre a quien su mascota le salva la vida y lo ayuda a encontrar la salida de un bosque oscuro y tenebroso donde lo había abandonado su padrastro.

Mis padres nunca me habían dejado tener un animal, así que me entretenía en atrapar insectos y meterlos en frasquitos de remedio que me daba mi abuela Lara. Tenía en mi cuarto un estante con quince frasquitos. Eso era todo lo permitido. Pero al ganar el primer premio del certamen me gané a Nelly, una canaria dorada y cantora. A ella la cuidé con tanto esmero como nunca me imaginé tan feliz. Sobre todo, la protegía de Manuel, el sanguinario cruel y violento gato negro de la vecina que la observaba desde las alturas y planeaba atacarla. Lo hizo finalmente y allí estaban cuatro plumas y sus huellas de brea. Durante días planeé cómo atraparlo, cómo engatusarlo yo a él. Con una latita de atún lo acorralé en la terraza, le propiné un palazo en la cabeza y mientras yo temblaba y evitaba sus arañazos logré meterlo en una bolsa de arpillera atarlo y trasladarlo con mi bici a la laguna. Nunca sentí tanto placer como cuando lo aventé y cayó al agua y lo vi hundirse. Pensé que tal vez le tendría que haber clavado mi Victorinox en la panza. Pero la sangre me impresiona. Tres días después bauticé a la laguna como Laguna del difunto Manuel, en memoria del gato claro.