DON HERÁCLITO

Don Heráclito camina por la orilla del río. Se respira un aire fresco este atardecer de agosto. Está decidido a pescar. Su esposa y sus tres hijos lo esperarán. Tal vez lo vean llegar desde la puerta de la casa humilde. Tal vez llegue con la canasta llena de pescado fresco.

-No pavees Heráclito- le dice su mujer – que tenemos hambre, dejá de andar pensando zonceras. Eres oscuro y no te entiendo.

Don Heráclito toma la caña los anzuelos la canasta y algunas lombrices que servirán de carnada. Tal vez don Heráclito deje de ir y venir entre tantas paradojas absurdos y discordancias. Porque don Heráclito sabía, no sabía cómo lo sabía, que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Pensó que si no se apuraba anochecería y no podría pescar para la cena de su familia. Y ahora Don Heráclito camina por la orilla del río. Ya salió la luna y huyeron los peces y no llevará la cena. Hoy no. Será mañana cuando vuelva la luz y los peces regresen, otros peces en otras aguas. Tal vez él mismo sea otro, aunque es él mismo y cuando retorne a su hogar hallará una leve mudanza en su esposa y sus hijos, pequeñas alteraciones, sin embargo llegará sin pescados.

-Pero hombre, otra vez lo mismo, que si el pez es de hoy o vino de ayer o llegará mañana. Lo perdido, perdido está. Iré yo.

Porque para ella saciar el hambre de sus hijos era lo primero.