A BARRIGA LLENA, DIOS LO AYUDA

A BARRIGA LLENA, DIOS LO AYUDA

Tengo un vecino muy simpático, su nombre es Miguel, la esposa lo llama Michi. Hace poco tiempo que lo conozco. Nuestro primer encuentro fue en la verdulería del chino. Estaba delante de mí conversando con María mientras compraba.

-¿Y cómo le fue con la familia en la costa, don  Michi?¿Todo bien?

-No todo lo que brilla, no se le miran los dientes

-Ah, y el clima, ¿cómo anduvo?

-Al mal tiempo, el que no quiere ver. Pero vamos tirando.

-¿Sus hijos felices de compartir el verano con los abuelos, no?

-A caballo regalado, todos hacen leña. Todo tranquilo.

-¿Algo más don Michi?

-No, a falta de pan cuchillo de palo.

Se despidió don Michi saludando con su boina negra y con una gran sonrisa.

-Es muy bueno don Michi- me dijo María- y curioso cuando habla, pero todos lo entendemos.

No me cabía duda que toda la vecindad lo conocía y lo quería. Después de mi jubilación comencé a hacer cosas que nunca antes en mi vida había hecho, como hacer las compras, barrer la vereda y la zanja, colgar la ropa en la terraza, charlar con los vecinos. No solo el tiempo de mi vida laboral sino el de mi vida entera podía ahora utilizarlo efectivamente de la mejor manera posible. Sentía que había quedado afuera del aparato de producción que había secuestrado mi tiempo, mi valioso tiempo a cambio de un salario. Las instituciones me habían convertido en un ser obediente dócil y útil, disciplinado, vigilado.  Y barriendo las veredas, cada vez sumaba una más, además de la nuestra, me hice conversador con don Michi,      que salía con su mate a saludarme. Y hablábamos de la vida cotidiana, evitábamos la política, estábamos viejos para tratar de arreglar el mundo, yo maestro, dentro de una escuela, él sindicalista en los frigoríficos, ya habíamos hecho lo nuestro, todo seguía igual. Seguramente seguimos vigilados.  Así que nuestros temas eran la familia, las orquídeas que él cultivaba, mis tartas de acelga, nada que cambiara el universo. Las paremias de mi vecino están llenas de sabiduría, su hábito de trocar los términos no me afecta, es más, me dejan pensando cómo viene cambiando todo, cómo la verdad parece relativa y las relaciones lógicas cada vez más difusas. Sólo comprendimos que árbol que nace torcido no muerde, que ojos que no ven, buenas son las tortas, que hazte la fama y oídos sordos. Su filosofía sí que era existencial, hacía gala de su existencia, de lo que le tocaba vivir, agradecía y yo aprendí algunos detalles que me faltaba aprender porque comprendí que no dejes para mañana, corazón contento y el que mucho abarca, ríe mejor.